«La sociedad no valora la ayuda a morir, sólo…

Licenciado en Medicina y Cirugía, médico especialista en Otorrinolaringología, Magíster en Bioética y especialista consultor en ética clínica, Antonio Blanco Mercadé ha dedicado 25 de sus 43 años de ejercicio profesional a la bioética, especialidad que le ha llevado a ocupar distintos cargos como la presidencia de la Comisión d Bioética de Castilla y León y del Comité del Ética Asistencial del área de salud de León. Tras su jubilación, pone en orden todas sus publicaciones edita el libro Ayudar a morir, ayudar para morir, un trabajo de 143 páginas prologado por Diego García que sólo está disponible en edición digital —www.ablancomer.com— y en el que se abordan, entre otras cuestiones, la vida y la ética, la espiritualidad y el sentido de la vida, la bioética, la muerte y el morir, conductas ante la recta final, la eutanasia, el acto médico o el pensamiento crítico.

—¿Por qué se ha decidido a escribir un libro no comercial?

—No quiero ningún beneficio comercial, al contrario, quiero que se difunda y se lea. Me jubilé del Hospital de León y es el momento para hacer recuento. He dedicado mucho tiempo a la bioética, con algunos cargos importantes nacionales, en Castilla y León y León. Ahora ya no tengo cargos ni cargas y sólo me represento a mi mismo y eso me da una libertad tremenda para decir lo que me parece.

—¿Qué cuenta en el libro que no ha podido decir antes?

—Nada, básicamente lo que he hecho, pero dicho con una libertad total. No es mi intención decir lo que no dije, pero decirlo bien.

—¿Cómo surgió la idea?

—Mi idea era recopilar todo lo que he publicado en revistas, capítulos de libros y prensa, hacer un compendio de los aspectos fundamentales de la bioética, de manera general, que es la primera parte del libro, y de los últimos tres años, con un trabajo intenso a propósito de la pandemia que he ha hecho reflexionar sobre lo que supuso, la muerte en soledad, las residencias, el enfoque que hubo en una situación sanitaria tan dramática. Vinculado, todo al final de la vida. En estos años se publicó, por fin, la Ley de Eutanasia, que es a lo que más me he dedicado en estos últimos años. Dicho así es muy burdo, pero me he dedicado al final de la vida y a la ayuda a morir, que es la obligación de los médicos cuando no podemos hacer más por curar. Los médicos tenemos la obligación de ayudar a vivir, pero cuando no podemos hacer más por curar, tenemos la obligación a ayudar en el proceso de morir. Ahí es donde entramos en el proceso del libro. La primera parte se dedica a la vida. La medicina no sabe qué es la vida, de eso saben más los filósofos y los poetas, pero no los médicos. El libro dedica mucho espacio a la poesía y la filosofía, que es el fondo de la ética, al cine, a la pintura y con links que llevan a obras y pinturas con una sinopsis, para hacerlo todo más ameno y humano, si cabe.

—Ha mencionado la gestión de la pandemia. ¿Llegaron instrucciones al hospital sobre la gestión de la pandemia en las residencias y las personas mayores?

—No sé lo que llegó al Hospital. A mí no me dio nadie ninguna indicación como Comisión de Bioética. Tengo mi opinión. Hubo una polémica nacional acerca de la limitación de recursos que se plantearon en una situación de emergencia sanitaria, un desastre sanitario, que es cuando la demanda y la necesidad supera con mucho los recursos existentes. Y fue lo que ocurrió con un tema tan serio como la covid, que la gente se moría, que no había tratamiento para un virus muy infectivo que provocaba una enfermedad muy grave que llevó al confinamiento de la población. Sólo han pasado tres años y ya se nos ha olvidado. En esa situación de desastre sanitario, los recursos que había en cualquier lugar no eran suficientes, como las camas de UCI. Se dejó de cubrir asistencia sanitaria no urgente. Todos los recursos se dedicaron a cubrir las necesidades del covid. Con la pandemia fue cuando más reflexioné sobre el final de la vida, porque la gente moría en soledad.

—En el libro usted distingue entre muerte y morir.

—Eso es muy importante. La muerte es un momento, es el cese de la vida. Eso plantea muchas cuestiones como qué es la muerte, por qué nos morimos, qué pasa después de morirte. Esto lo ha tratado mucho la filosofía y lo abordo mucho en el libro. El hecho de morir, trascender o no a otra vida, y cuestiones ontológicas sobre la muerte. Además de la muerte hay otros dos modos de preocupación intensa de la humanidad, que son cuándo moriré y cómo moriré.

—El cómo es lo que más incertidumbre provoca.

—El cuándo va unido muchas veces al cómo y el cómo es lo que supone el proceso de morir. El tiempo que tardas en morir, a qué edad, con qué proceso más o menos destructivo, si es una muerte súbita, si es un proceso agudo o crónico. Las dos grandes preguntas del ser humano son cuándo y cómo moriré y asumir que hay que morir. La sociedad no lo acepta. La muerte se oculta, es tabú, cuando es la única certeza que hay en la vida.

—¿Ignorar la muerte ayude a vivir?

—No, al contrario. Nos vamos a tener que enfrentar a esa realidad en nuestro entorno más cercano y en nosotros mismos. Si nunca hemos meditado sobre ello, el miedo nos va a poder y de ahí vienen los malos duelos, las desesperaciones y las preguntas. Morirse es un proceso. El libro no está dirigido sólo a los médicos, también a los trabajadores de la sanidad que atienden a las personas que se mueren y a las que se mueren, por lo tanto, a toda la población.

—A los niños y niñas se les oculta la muerte, que hoy en día ya no se vive igual que hace unos años.

—Efectivamente. La muerte es un hecho cultural, no sólo biológico. La cultura de la muerte ha variado a lo largo de la historia y los que tenemos ya unos años hemos vivido un cambio histórico sobre cómo se afrontaba antes la muerte, cómo se velaba el cadáver y se llenaba de gente la casa del difunto, donde incluso daban de comer. Y del cuidado, lo mismo. En todas las familias numerosas del medio rural, sobre todo, había una hija que se dedicaba al cuidado de los mayores y ayudarles a morir. Esto ahora no existe. Las familias son más pequeñas y, afortunadamente, la mujer está más liberada. En este contexto surgen las residencias de mayores.

—¿Es el modelo ideal para envejecer?

—Depende de cada caso. Hay situaciones en las que es el modelo necesario, porque no hay opción a atender a mayores o pequeños sin un espacio habitable, en casas pequeñas. Todos esos problemas hacen insalvable el hecho de que podamos cuidarlos como nos gustaría.

—En esa última fase de la vida ¿hay distintas maneras de afrontar la muerte?

—Absolutamente distintas. Depende de las circunstancias personales, de los valores, de las convicciones. Es envidiable la persona que tiene una espiritualidad interna madura, no ya sólo en la religión, sino en el sentido de las trascendencia, que ha meditado. Montaigne decía que pensar en la muerte nos hace verdaderamente libres. La reflexión anticipada de la muerte es una reflexión anticipada de la libertad. Si quitas el miedo y reflexionas sobre cómo te gustaría morir vas a llegar mucho más preparado. En el prólogo del libro, Diego García dice que morimos como hemos vivido, y es verdad. La personas que nunca se ha planteado la muerte, cuando les llega la hora se mueren de miedo.

—¿Cómo se manifiesta ese miedo en el proceso de morir?

—En crisis existenciales, con preguntas como qué va a ser de mi, dónde voy a ir. El que está con la conciencia disminuida no se entera, que es habitual en enfermos terminales. En una muerte súbita tampoco te enteras, te desplomas y te mueres. Cada uno muere en función de las circunstancias biológicas, un accidente de tráfico, una enfermedad progresiva o degenerativa, que es lo más terrible porque sabes que vas a morir en tus funciones.

—¿Qué papel tiene la Ley de Eutanasia en todo este proceso?

—Etimológicamente, la eutanasia significa buena muerte. Ahora hay una ley que unifica el lenguaje. No podemos hablar de la eutanasia de manera distinta. En primer lugar, nunca podemos decir que es un asesinato ni un homicidio porque la característica es que la tiene que pedir la persona. No puedes practicar una eutanasia a nadie que no lo haya pedido, por mucha pena que te de y por mucho que le veas sufrir. Eso se llama homicidio por compasión. La eutanasia tiene que ser pedida por el enfermo reiterada y meditadamente y con autonomía de la voluntad, con información, tiene que escuchar la información de tu proceso, de las alternativas, y sin presiones externas, y no estar condicionado por una necesidad social, que es fundamental. Si pides la eutanasia porque estás solo, dependiente y no tienes quién te atienda, hay que hacer lo posible porque tengas ayuda a tu dependencia, pero no pedir la eutanasia porque en ese caso es un fracaso social.

—Hay muchos médicos que se declaran objetores de conciencia.

—Se supone que su conciencia les impide quitar la vida a alguien, que no es lo mismo que matar. El proceso de interiorizar que vas a quitar a alguien la vida requiere una meditación muy grande para el personal médico y de enfermería. Cuesta mucho reflexionar y reconocer al final, como es mi caso, que hay situaciones excepcionales en que la mejor conducta es quitarle la vida a una persona, que te lo está pidiendo porque sufre de manera insoportable, para ella no para mí, y además no hay alternativas válidas y la mejor solución es que deje de sufrir quitándole la vida. ¿Quiero quitarle la vida? No, quiero que deje de sufrir. Como médicos, conocemos la técnica y vamos a hacer que muera como se debe morir en general en el siglo XXI, de una manera sanitaria, civilizada, sabiendo qué drogas utilizas y con toda la humanidad del mundo, y con un proceso de consentimiento informado muy estricto, como no tiene ningún otro proceso clínico.

—Cuando se aprobó la Ley hubo mucho ruido. ¿Cómo definiría su aplicación en este momento?

—Después de dos años no hay muchas peticiones. Lo ideal es que la eutanasia se permita pero no sea necesario usarla, por eso yo no soy defensor de la eutanasia, es una tragedia, una situación extrema y trágica para dar solución a algo que no se puede solucionar de otra manera. Estaré siempre a favor cuando esté bien indicada y en contra cuando no lo esté. La eutanasia es un acto médico, y lo explico en el libro.

—¿Recomienda que se oficialice el testamento vital?

—Testamento vital, instrucciones previas o voluntades anticipadas. Está muy bien indicado. Trabajé mucho sobre ese tema y en la Consejería de Sanidad elaboramos una guía para el público y los profesionales. Está muy bien para todo el mundo porque nadie sabe lo que le va a pasar. El caso de Terri Schiavo en Estados Unidos, en estado vegetativo, sin futuro, y que una parte de su familia que quería que dejaran de alimentarla, no practicar la eutanasia. No podía comer y se le daba un tratamiento artificial, y eso es un tratamiento, no es dar de comer al hambriento. Ese tratamiento se suspendió finalmente por decisión judicial porque ella había dicho en vida que no quería vivir en esas circunstancias.

—¿Cuando esto ocurre prevalece lo que quiere el paciente o lo que quiere la familia?

—Cuando está bien formuladas y jurídicamente se entiende, bien redactadas, como pueden ser las mías, que las he hecho hace diez años y las he revisado, prevalecen por ley. Las instrucciones previas son buenas para todo el mundo porque ninguno sabemos cómo vamos a terminar. Todo el mundo va a decir que no quiere sufrir, pero es muy genérico. Hay que especificar lo más posible, pero tampoco en exceso porque si se limita mucho corre el riesgo de que no se cumpla. Es difícil hacerlas bien. Cuanto más claro lo dejes, mejor y además dejar constancia de que lo has dicho públicamente, lo has escrito y la gente cercana lo conoce. Cuando más falta hacen las instrucciones previas es cuando sabes cómo vas a terminar, por una enfermedad degenerativa.

—Por su experiencia ¿cómo quiere morir la mayoría de las personas?

—No quieren sufrir. No tener dolor, ahogo, ansiedad. Todo eso tiene un tratamiento farmacológico. Para eso se hacen los cuidados paliativos. Y cuando no se pueden controlar con medicinas, está la sedación.

—Recuerdo la polémica en 2005 con las sedaciones terminales en Leganés que marcó la vida del doctor Luis Montes.

—El caso Montes nos ayudó a que todo avanzara. Tuvo detractores que no lo llevaron a la hoguera porque no era la moda. Pero muchos más reflexionamos. Él no aplicaba la eutanasia, pero sedaba a los pacientes que lo necesitaban. Toda actuación médica tiene su indicación, no es matemáticas. Lo llevó a un juicio y se archivó y este hombre murió de un cáncer, fue una persona machacada por las circunstancias.

—¿Qué falta en cuidados paliativos?

—Reconocer la especialidad y más medios. Hay muchas personas que mueren en casa muy bien gracias a la actuación de los paliativistas ambulatorios, que son insuficientes. Falta personal, medios, camas hospitalarias, reconocimiento. La sociedad no reconoce la ayuda a morir, sólo los trasplantes, lo que vive, la medicina puntera. Ayudar a morir no tiene valor social, lamentablemente.

—Ahora harían más falta especialistas para ayudar a morir que para ayudar a nacer.

—Por número sí. Todos los médicos tendríamos que saber cuidados paliativos hasta un momento en el que ya tendrían que ser los paliativistas.

—¿Cómo definiría el dolor espiritual?

—Es bestial. El dolor espiritual no es sólo religioso. Los valores espirituales son de primer orden, los propiamente humanos. Yo no tengo derecho a la vida, tengo derecho a que no me quiten la vida. No tengo derecho a la salud, tengo derecho a la asistencia sanitaria y a que no me agredan, a que no me maten, a que no me roben. Y tengo el derecho a la libertad de conciencia, que me dejen manifestarme como soy y ejercer mi conciencia religiosa como me parezca.

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